Project Title
THE EPISTEMOLOGICAL, HISTORICAL AND TERRITORIAL CONSTRUCTION OF THE SOUTHERN ZONE AS A NATURAL LABORATORY: SCIENTIFIC AGENDAS, KNOWLEDGE NETWORKS AND GLOBAL IMAGINARIES
Partner Organisations
Principal Investigator
Investigador principal
Status
Vigente
Start Date
April 1, 2022
End Date
March 31, 2026
Investigators
Co-investigador
Co-investigador
Project type
Docencia
Funding amount
21080000
Funding currency
CLP
Funder
ANID
Code
1220219
Main organization
Description
Desde hace un par de décadas, los estudiosos de varias disciplinas científicas han mostrado un mayor deseo de acentuar las particularidades de cada campo de experimentación. La idea de un laboratorio natural es el producto de este cambio (Latour, 1979), que comenzó a mediados del siglo XIX, que hizo que la naturaleza se socializara para la práctica científica. Estudiosos como Robert Kohler (Kohler, 2002) han mostrado cómo la ciencia se configuró en torno a estas "prácticas de lugar" que generaron nuevas fronteras de investigación (cf. Daston 2017). Estos cambios también influyeron en nuestra visión de la naturaleza, y en el carácter institucional de la preservación de la misma (Kohler, 2019). La creación de parques nacionales como reservorios de vida silvestre en diversas partes del mundo en el siglo XX son un ejemplo de ello (Igoe, 2004; Shih, 2019).
La noción de laboratorio natural sirve hoy en día para enfatizar la singularidad y las respuestas específicas que se encuentran en un determinado entorno biodiverso (Cf. Ingold, 2000). Las razones de este cambio conceptual están relacionadas con la propia naturaleza de la competencia científica moderna, que insiste en una presentación constante de los hallazgos para obtener financiación. Sin embargo, también puede explicarse a partir del paradigma que hoy dirige la ciencia global: el cambio climático. Este paradigma ha revelado cómo la sociedad humana se ha convertido en una "fuerza geológica", como diría Dipesh Chakrabarty (Chakrabarty, 2018), capaz de modificar el ritmo del propio planeta. Esto explica la búsqueda incesante de espacios "limpios" para la presencia humana con el fin de investigar las evoluciones, transformaciones o mutaciones de los ecosistemas y organismos para imaginar el futuro de un mundo habitado por humanos (Roldán et al., 2018). La identificación de determinadas zonas como laboratorios naturales -como el Amazonas o el mundo submarino- es, pues, una consecuencia de esta evolución de la propia ciencia.
Lo cierto es que numerosos ecosistemas que antes los científicos consideraban comunes, hoy son calificados como excepcionales, principalmente porque se cree posible observar en ellos la evolución de los organismos y los factores que han intervenido. Numerosos artículos científicos publicados en diferentes continentes confirman esta idea. Por ejemplo, en los últimos años en Europa los científicos que analizan ciertos ecosistemas marinos calificados como "excepcionales" han tratado de entender cómo ha persistido la vida oceánica en otras épocas (González-Delgado 2021), midiendo los niveles de acidificación. Encontramos esta misma visión para las zonas montañosas de Asia, el estudio de los productos magmáticos de ciertos volcanes como el Usu (Tomiya, Takahashi, 2005), y espacios lacustres africanos que sirven para medir la edad de la malacofauna (Van Damme et al., 2013). Más atrás en el tiempo, encontramos que los autores de estudios etnográficos llamaban laboratorios a vastas regiones (Tsing, 2005), aunque el objetivo era observar la adaptabilidad de los grupos humanos indígenas, por ejemplo en América del Norte (Lurie, 1969).
La noción de laboratorio natural sirve hoy en día para enfatizar la singularidad y las respuestas específicas que se encuentran en un determinado entorno biodiverso (Cf. Ingold, 2000). Las razones de este cambio conceptual están relacionadas con la propia naturaleza de la competencia científica moderna, que insiste en una presentación constante de los hallazgos para obtener financiación. Sin embargo, también puede explicarse a partir del paradigma que hoy dirige la ciencia global: el cambio climático. Este paradigma ha revelado cómo la sociedad humana se ha convertido en una "fuerza geológica", como diría Dipesh Chakrabarty (Chakrabarty, 2018), capaz de modificar el ritmo del propio planeta. Esto explica la búsqueda incesante de espacios "limpios" para la presencia humana con el fin de investigar las evoluciones, transformaciones o mutaciones de los ecosistemas y organismos para imaginar el futuro de un mundo habitado por humanos (Roldán et al., 2018). La identificación de determinadas zonas como laboratorios naturales -como el Amazonas o el mundo submarino- es, pues, una consecuencia de esta evolución de la propia ciencia.
Lo cierto es que numerosos ecosistemas que antes los científicos consideraban comunes, hoy son calificados como excepcionales, principalmente porque se cree posible observar en ellos la evolución de los organismos y los factores que han intervenido. Numerosos artículos científicos publicados en diferentes continentes confirman esta idea. Por ejemplo, en los últimos años en Europa los científicos que analizan ciertos ecosistemas marinos calificados como "excepcionales" han tratado de entender cómo ha persistido la vida oceánica en otras épocas (González-Delgado 2021), midiendo los niveles de acidificación. Encontramos esta misma visión para las zonas montañosas de Asia, el estudio de los productos magmáticos de ciertos volcanes como el Usu (Tomiya, Takahashi, 2005), y espacios lacustres africanos que sirven para medir la edad de la malacofauna (Van Damme et al., 2013). Más atrás en el tiempo, encontramos que los autores de estudios etnográficos llamaban laboratorios a vastas regiones (Tsing, 2005), aunque el objetivo era observar la adaptabilidad de los grupos humanos indígenas, por ejemplo en América del Norte (Lurie, 1969).